viernes, 8 de abril de 2016

Muchos oyeron el tic tac de su bomba interna, pero ninguno hizo nada.

Lo primero que perdió fue el brillo de los ojos. Ella tenía un brillo particular que poca gente sabía apreciar, pero que quien sabía, era capaz de ver dentro de ella. Sus ojos eran la puerta a su alma y quien sabía encontrar la cerradura podía ver todo lo oculto que había en ella. Sus miedos, sus alegrías, su pasión... Todo se podía ver a través de ellos y, por eso, fue el primer muro que levantó.

Lo segundo que perdió fue la sonrisa franca. Esa sonrisa que indicaba que todo iba bien, que ella estaba bien. Esa sonrisa con la que se le marcaba los hoyuelos. Esa amplia sonrisa con la que se le veían todos los dientes pero que ella intentaba esconder pues se avergonzaba de lo feos que eran. Solo unos pocos sabían como provocarle esa sonrisa y solo unos pocos sabían que hacer para que ella sonriera tanto, que se escondía por la vergüenza que le daba sentir y expresar tanta alegría.

Ella era rara, sí. Sin embargo raro nunca fue una mala cualidad.

Lo tercero que perdió fue la energía que desprendía por los poros. Ella era energía pura, desde que sonaba el despertador hasta que cerraba los ojos acurrucada en su cama. Nunca nadie había visto a una persona que se despejara con tanta rapidez por la mañana. Ella era increíble. Siempre moviéndose, siempre haciendo algo. Ella no entendía como alguien se podía quedar sentado, viendo embobado la televisión. Ella siempre necesitaba tener algo en las manos, aunque estuviera haciendo un descanso. Siempre tenía un papel y lápiz, o la consola, o un libro, o lo que fuera, pero tenía que hacer algo.

A pesar de ese evidente hecho, nadie se dio cuenta de que algo iba mal cuando la vieron hecha un ovillo, en el sofá, en la cama, en el sillón. Sin hacer nada, sin tener nada en las manos y con la mirada en el infinito.

Y así, poco a poco, ella fue perdiendo su esencia y convirtiéndose en otra persona muy distinta. Se convirtió en una sombra de lo que era. Una persona con pozos oscuros de tristeza en lugar de ojos, una sonrisa falsa y afilada en lugar de la franca y divertida que siempre llevaba puesta, una muerta en vida en lugar de la energética persona que era. Y supongo que ese era el problema; se estaba muriendo por dentro, aunque por fuera parecía la misma a ojos de los desconocidos. Y supongo que ese era el segundo problema; que poca gente la conocía. Casi nadie lo hacía y conforme se iba convirtiendo menos personas lo hacían. Y cuanto menos la conocían, menos atención le prestaban. Hasta que se quedó sola.

Ella iba sobreviviendo como podía, a pesar de la bomba que tenía dentro, a pesar del nudo que se formaba en su pecho. Ella se estaba ahogando, y aún así nadaba con todas sus fuerzas. Hasta que un día se preguntó porqué lo hacía. Y siguió luchando, no obstante, esa pregunta no la abandonaba sino que se hacía más y más fuerte, y ella más y más débil.

Y un día se hartó. Dejó de nadar, de luchar contra esa bomba, de intentar deshacer ese nudo. Se cansó de sobrevivir, y entonces, perdió lo último que le quedaba; el latido de su roto y torturado corazón.

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