domingo, 21 de febrero de 2016

Qué miedo puede dar la libertad.

Sin saber como lo he hecho, sin ser consciente de como puede cambiar la vida de un minuto a otro, vuelvo a estar en la cuerda floja. Siendo cada paso decisivo, pudiéndome llevar a la gloria o a un error fatal. Pudiéndome llevar a la meta o a una terrible caída y un terrible dolor. 

Y vuelvo a estar en un laberinto. Sin saber qué camino debería coger, sin saber qué camino es el correcto. Sin ni siquiera saber si debería coger un camino. Sin ni siquiera saber si existen realmente dichos caminos. 

Todo son dudas, todo son conjeturas, todo son castillos de arena en el aire que hago mientras siento que una tormenta se acerca hacia mí. Y en todo este mejunje de problemas y de dudas, lo único en lo que no dejo de pensar es en si debería dejarlo todo ir. En si debería no arriesgarme. En si debería dejar marchar el tren y desear que para cuando pase el siguiente esté mejor preparada. Si es que vuelve a pasar otro, claro. Y vivo con miedo. Porque hay muy pocas cosas en la vida que te otorgan una segunda oportunidad. ¿Y si esta no es una de ellas? ¿Y si me arriesgo y si me aventuro, pero me equivoco? ¿Y si no me arriesgo y me equivoco por haberlo dejado pasar?

Lista de cosas positivas.
Lista de cosas negativas.
Listas que no sirven para nada.
Dudas, dudas, dudas. 
Miedos, miedos, miedos.
Frustraciones, arrepentimientos, dolor...

Hay que ver la cantidad de cosas que pueden entrar cuando a uno se le plantea la posibilidad de salir de la cárcel y aventurarse a lo desconocido.
Hay que ver la cantidad de cosas que puedes sentir cuando te dan la llave para salir de la jaula de oro.


¿Qué camino debería coger?
¿El constante y seguro?
¿O debería atreverme con el nuevo camino?


la perdida


miércoles, 3 de febrero de 2016

Piel fría como el hielo. Pero, todo hielo puede llegar a derretirse.

Aún recuerdo lo sorprendida que me encontraba cuando tus cálidas manos consiguieron calentar mi frío cuerpo. Muchos lo habían intentado. Muchos me tocaban y abrazaban intentando darme un poco de su calor y sin embargo, nadie lo había conseguido. Y tú, casi sin proponértelo, lo habías logrado con tan solo unos pocos minutos en esa cama con menos almohada que colchón y un par de besos y caricias tan acertados que incluso parecía que mi piel tenía tatuado un mapa de placer.
Aún recuerdo lo extraño que era sentir como el frío abandonaba mi cuerpo, cómo me hundía en un mar de aguas cálidas que me arrastraban a la parte más profunda, a la más caliente. Y me quemé, pero solo importaba mi piel contra la tuya. Y me quemaría mil veces más, solo para poder estar mil veces más cerca de ti.
Pero, por encima de todas las cosas, recuerdo lo doloroso que fue despegarme de ti y volver a sentir como el frío invadía cada célula de mi cuerpo. Recuerdo que, cuanto más me alejaba, más frío sentía, y que ni la calefacción del tren que me separaba de tus brazos conseguía calentarme.

Sin importar cuanta ropa llevara puesta. Sin importar cuanta gente hubiera alrededor. Sin importar cuan bueno fuera el clima.

Yo siempre tenía frío.

Yo siempre tengo frío.

Así que solo puedo contar los días hasta que nos volvamos a reunir, rezando para que, cuando eso ocurra, mi cuerpo aún pueda ser salvado del frío. Rezando para que, cuando me vuelvas a tocar, mi cuerpo salga de ese entumecimiento y pueda responder a tus caricias.
Hasta entonces, solo me queda mi cama, con más almohada que colchón, mis mil sábanas y una camiseta tuya cuya fragancia ya ha desaparecido.




Dicen que las personas con manos frías son de buen corazón. Pero, yo creo que tener la piel tan fría es un reflejo del frío del corazón. Es una señal, una advertencia, para mantener a la gente alejada. Después de todo...
¿A quién, en pleno invierno, le gusta que le toquen con las manos heladas?



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...